La palabra lealtad despierta un fuerte sentimiento de pertenencia y solidaridad. Con ella viene la idea de fidelidad de todo corazón, junto con una entrega y un compromiso incondicionales. En la Biblia, el concepto de lealtad es exclusivamente de tipo relacional. Significa que todo nuestro ser está completamente comprometido con alguien (Josué 24:15). Esta lealtad se expresa tanto en el ámbito divino como en el humano, tal y como aparece en los dos primeros mandamientos: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas», y «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Marcos 12:29-31; cf. Juan 15:13; 1 Juan 3:16).
Dios ha establecido la mismísima esencia de la lealtad a través de Su relación de pacto con Su pueblo: «Conoce, pues, que el Señor tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones» (Deuteronomio 7:9). A través de Su pacto, el pueblo de Dios tiene la seguridad de Su amor eterno, del cual ningún creyente puede separarse jamás (Romanos 8:35-39). Dios promete Su lealtad y compromiso con nosotros. Aunque los pactos de Dios con el hombre son unilaterales, pues promete cumplirlos por sí mismo, también hay una llamada a la lealtad por parte del hombre. Porque Dios dejó en claro que «si llegares a olvidarte del Señor tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis» (Deuteronomio 8:19). Los que resultan ser desleales son los que demuestran que no le pertenecen (1 Juan 3:24). Pero en cuanto a los creyentes, tenemos la promesa de que «si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo» (2 Timoteo 2:13).
Estamos obligados a ser leales en nuestras relaciones con los demás. Pablo habla de su «compañero fiel» en Filipenses 4:3. Posiblemente esta persona desconocida sea Tito o Silas, pero, cualquiera que sea, era alguien que trabajaba fielmente con Pablo. También está Rut, la personificación misma de la lealtad, tal como se demuestra en su completa devoción y compromiso con su suegra: «No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios» (Rut 1:16).
La lealtad de los verdaderos creyentes se demuestra en el compromiso con Jesús y Su evangelio (Marcos 8:35; Romanos 1:16). Es el reconocimiento de que Jesucristo es nuestra única autoridad y fuente de salvación (Mateo 28:18; Juan 14:6). Tal devoción y compromiso debe reflejar la actitud del apóstol Pedro, quien dijo: «si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo» (1 Pedro 4:11).
Como discípulos de Jesús, demostramos nuestra lealtad y sacrificio al obedecer Su mandamiento: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Marcos 8:34). Pero aun cuando no somos completamente leales y fieles a Él, tenemos la seguridad de que Él permanecerá leal con nosotros: «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).